Bitácora de Juan Ramón Rallo Julián
Diego Guerrero se defiende (y V)
Terminamos hoy con la serie de respuestas a Diego Guerrero. Antes de ello, me gustaría reorganizar un poco el debate. El texto que suscitó la polémica es una crítica de Diego Guerrero a la utilidad marginal decreciente, publicada en su libro Competitividad: Teoría y Política, al que yo respondí en cuatro posts (I, II, III, y IV).
A su vez, Diego Guerrero se defendió tarde y mal en dos comentarios poco rigurosos (I, II). Textos a los que, de la misma manera, he dado respuesta en una serie de cinco posts que hoy termina (I, II, III y IV). De las 47 breves objeciones que planteó Guerrero, sólo quedan ocho en pie. Pasemos, pues, a derrumbarlas. Como en los anteriores, mi comentario original en azul y la réplica de Guerrero en cursiva.
40) “la observación de que el precio suele coincidir con la suma de los costes tiene una explicación muy sencilla. Ya hemos visto cómo se fija el precio de los factores productivos. Imaginemos que, por distintos motivos (por ejemplo, una mejora tecnológica) el precio final de un producto es muy superior a la suma de sus costes. Si ello es así, aparecerán beneficios extraordinarios. En otras palabras, o bien el propio empresario o bien otros empresarios, tendrán incentivos para ampliar la producción de esos productos, rebajar el precio y disminuir los beneficios extraordinarios. Al final, pues, cuando el valor del producto final supera a la utilidad de los factores productivos, o bien parte de esos factores productivos se retiran a otras líneas productivas (con lo cual se incrementa la productividad de los restantes) o bien se incrementa el número de productos finales (con lo cual el precio del bien se reduce).”
Sustituyendo su expresión “supera a la utilidad de los factores productivos” por la correcta “supera el valor de los factores productivos”, casi llega a explicar la cosa. Precisamente Marx explicó que el capital invertido en los medios de producción es constante, porque ese valor reaparece en el output sin crecer; pero el valor invertido en salarios en variable, porque el valor que crea el trabajo directo es superior al valor que cuesta reproducir a los portadores de esa capacidad de trabajo directo. Cuando los utilitaristas terminan hablando de los costes y la oferta, se vuelven más realistas y no tienen más remedio que reconocer a su pesar la teoría laboral. Lo que ocurre es que se empeñan en seguir usando su especial terminología.
Guerrero sigue, una vez más, sin entender la interrelación de todo el sistema productivo. Ya hemos explicado con bastante profusión por qué los costes no son más que precios y éstos a su vez relaciones históricas de intercambio formadas en virtud de la utilidad de las partes contratantes. En ese párrafo no afirmo otra cosa que los factores productivos se ubican en las líneas productivas más valoradas o, en otras palabras, se ubican allí donde son más valorados. La forma originaria de este fenómeno es el valor y la utilidad, no obstante, cuando el empresario y los factores productivos, actuando conforme a sus valoraciones, efectúan las correspondientes transacciones en el mercado (en la forma que hemos explicado en los anteriores posts), aparecen los precios de mercado que, lógicamente, siguen la misma lógica que las valoraciones de los individuos. Allí donde los costes monetarios superan el precio, el negocio desaparece; allí donde el precio supera en mucho los costes monetarios, afluyen los factores productivos, incrementando la producción, reduciendo el precio y aumentando el valor de los factores productivos (y, por tanto, el coste). No tiene nada de particular y produce sonrojo ajeno que Guerrero sea incapaz de aprehenderlo.
Por otro lado, las palabras de Guerrero sobre la constancia del capital sólo demuestran, por enésima vez, su escaso nivel como economista. Precisamente, si de alguna manera no podemos caracterizar al capital es por su constancia. A diferencia de los factores de producción originarios (la tierra y el trabajo), el capital se define por su no permanencia, esto es, por su continua depreciación. La estructura de capital de la sociedad va modificándose continuamente dependiendo del grado de ahorro, esto es, de la preferencia temporal y de los valores concretos de cada tipo de bienes. Como también explicamos en el post anterior, si en un negocio los beneficios contables se incrementan por encima del interés, el capital comenzará a afluir allí donde la rentabilidad es mayor, reduciéndola como consecuencia. Todo esto supone detraer capital de un sitio y colocarlo en otro, es decir, amortizar una inversión y, a continuación, emprender otra más rentable.
El problema es que la amortización no siempre es rápida. Lo es en las inversiones a corto plazo, pero no en las de largo. ¿Qué significa una inversión a largo plazo? Que yo invierto HOY mis ahorros en un proceso productivo que madurará al cabo de mucho tiempo, o, en otras palabras, que yo adelanto mis ahorros para financiar un proyecto que hasta que no madura no es rentable (pensemos que mientras una empresa construye edificios, compra máquinas, contrata trabajadores... no está produciendo, sino que lo hará cuando esos nuevos factores productivos se pongan en marcha). En otras palabras, mi capital se hallará inmovilizado durante mucho tiempo hasta que pueda recuperarlo junto con el correspondiente interés. Por eso, la plusvalía no es, en absoluto, como dice Guerrero, un valor creado por el trabajo, sino un excedente que pertenece al capital en concepto de interés por el adelanto de fondos y recursos que ha realizado al empresario.
Diego Guerrero, por supuesto, es incapaz de comprender esto, dado que su esquema mental le obliga a pensar que el trabajo es el fruto del valor. No sé da cuenta de que el valor es una circunstancia subjetiva que en absoluto tiene que ver con las condiciones técnicas. Ni el capital es constante ni, por tanto, las condiciones técnicas lo son. Es más, el trabajo necesita de recursos exteriores (ahorro) para conseguir fines lejanos en el tiempo. Pensemos en los obreros que sacan carbón de las minas para venderlo a la industria metalúrgica, ¿cuándo queda en realidad liberado el capital invertido en las minas? No cuando una empresa compra el carbón, sino cuando los productos que produce con las unidades de carbón que ha adquirido, son comprados por los consumidores. Por tanto, difícilmente puede el trabajo ir más allá de la producción inmediata (hand-to-mouth) sin un capital circulante que lo financie.
Y, por último, no deja de ser gracioso que Diego Guerrero siga creyendo que el valor de la mercancía "trabajo" se regule también según el tiempo necesario para su producción (o re-producción). Aquí hay un pequeño problema de circularidad: se afirma que el valor del trabajo se fija en función del valor de las mercancías que sirven para sustentar o reproducir ese trabajo, sin embargo, ¿no habíamos dicho que el valor de todas las mercancías se fijaba en función del del trabajo? ¿Cómo puede ser que las mercancías que sirvan para reproducir al factor trabajo establezcan su valor si esas mercancías son valoradas en función de ese trabajo que aun no tiene valor?
41) “Como ya hemos explicado, son los empresarios quienes crean los precios de los bienes de consumo y las rentas de los factores productivos”
Entonces, ¿por qué seguir llamando a vuestra teoría Teoría de la utilidad marginal del consumidor y no Teoría de la utilidad marginal del capitalista?
Simplemente porque el capitalismo se basa en las relaciones contractuales libres y el hecho de que un empresario fije un precio, no significa que el consumidor vaya a estar dispuesto a pagar ese precio. Con lo cual, si el capitalista fija un precio por encima de la utilidad marginal del consumidor, en caso de que quiera recuperar la inversión en capital que ha realizado para producir los bienes que ofrece a la venta, tendrá que rebajar su precio. En caso contrario, como ya hemos dicho antes, quebrará. Sus costes superarán sus ingresos y saldrá del mercado. Por eso el consumidor sigue siendo soberano, porque el capitalista inmoviliza su capital y sólo es capaz de liberarlo a través del intercambio de sus productos por dinero, esto es, a través del intercambio de bienes poco líquidos (bienes producidos) por bienes muy líquidos (dinero). Si el tenedor de esa liquidez no está dispuesto a intercambiarla por el producto ofrecido por el empresario (al precio fijado por él), entonces no habrá intercambio y la inversión del capitalista quedará totalmente inmovilizada e iliquida, con un stock de bienes cuyo único valor lo poseen ante la expectativa de ser realizadas (esto es, vendidas a cambio de dinero) en el mercado. En otras palabras, si no rebaja el precio para conseguir vender sus mercancías, toda su inversión, incluyendo sus productos, carecerán por completo de valor (al menos hasta que decida rebajar el precio). Ese es el poder del maléfico capitalista sobre el consumidor. Ya lo vemos.
42) “debo coincidir con Guerrero que la economía neoclásica descansa en mediciones corruptas que le impiden contemplar que la parte más importante del capitalismo no es el "consumo" sino toda la estructura de bienes de capital que tiene que ser continuamente amortizada y rediseñada a través del cálculo y la función empresarial.”
Coño. Creía que era imposible que coincidiéramos en algo. Algo debe de estar mal.
No se me caen los anillos por decir cuándo Guerrero acierta. Lástima que sólo haya podido decirlo una vez.
43) “Pensémoslo un momento. El aluminio se extrae de la mina para, en última instancia, venderse en forma de automóvil. En teoría, hasta que no se vendiera el automóvil, los mineros no deberían poder cobrar, ya que el automóvil todavía no se ha "realizado" (vendido). Los distintos salarios que perciben antes de que su trabajo sea "útil" para el consumidor suponen un "adelanto" del empresario, un préstamo de dinero”
Pero si el coche lo compra una autoescuela donde estudia un fontanero que necesita sacarse el carnet para poder trabajar en una empresa de fontanería, los mineros no deberían cobrar hasta que el fontanero se apruebe el examen, o incluso hasta que la caldera que repare el fontanero funcione correctamente, o incluso, en caso de que la reparación vaya destinada a un hotel, no deberían cobrar hasta que el cliente del hotel, que podría ser Rallo, tome un baño calentito suficientemente a gusto. ¡Todo sea por la integración vertical! Y qué buenos son los capitalistas, por cierto, que adelantan dinero gratis a los trabajadores.
Uno de los párrafos más lamentables de Guerrero desde el punto de vista de la comprensión de la ciencia económica. Primero, yo no he hablado de cuando debería cobrar el trabajador, sino de cuando puede cobrar. El hecho de que exista división del trabajo no significa que las relaciones productivas más primarias queden alteradas. Si un individuo quiere construir el solo un coche y, para ello, empieza extrayendo los materiales pertinentes de las minas, ¿cuándo obtendrá su remuneración? Cuando haya terminado el coche, lo cual puede suponer un período de varios años. En otras palabras, desde un punto de vista estrictamente económico, la inversión en minería (salvo la destinada para vender carbón al consumidor) no madura hasta que los productos que ayuda a fabricar lleguen hasta los consumidores finales. Y dado que sólo cuando los consumidores finales paguen, puede considerarse que todo el trabajo precedente ha tenido utilidad, sólo en ese momento los trabajadores podrían cobrar por su trabajo. Por supuesto, esto no sucede porque el capitalista anticipa los fondos a los trabajadores. Segundo, este anticipo no es gratuito, porque precisamente se cobra el interés o, lo que los marxistas llaman, la plusvalía: el capitalista ofrece bienes presentes a los trabajadores (los salarios que paga el capitalista son bienes que él no podrá adquirir hasta que venda las mercancías que han producido los trabajadores) a cambio de bienes futuros (cuando los productos terminen de producirse y se vendan a cambio de dinero). Tercero, todo esto no tiene nada que ver con la integración vertical, simplemente recuerda que la estructura de capital, pese a la división del trabajo, sigue siendo unitaria, pues el destino final de todo capital es amortizarse, esto es, desinmovilizarse a través de la creación de un valor superior al inicialmente invertido (y ello con independencia de cuantas empresas haya entre la inversión originaria y el consumidor).
Para verlo claramente con un ejemplo. Si yo cultivo un cereal empezando con la siembra, pasarán varios meses hasta que pueda recoger ese cereal. Durante todos esos meses tendré que comer algo, y ese algo será el capital (ahorro). Hasta que no coseche, toda la inversión en capital circulante (esto es, los bienes con los que me he alimentado mientras el cereal estaba creciendo) no ha producido fruto alguno, sólo he consumido capital ante la expectativa de que ello redunde en una mayor producción futura (en lugar de dedicarme a recoger frutas de los bosques, hand-to-mouth, cultivo los cereales que me proporcionarán un mayor cantidad de bienes en el futuro a cambio de haber estado durante un período de tiempo sin producir nada directamente).
Pero demos un paso más allá. Imaginemos que el agricultor se asocia con otro individuo de la siguiente manera: el nuevo socio producirá un tractor partiendo de cero, lo cual incrementará muchísimo la productividad del agricultor, de manera que al final se repartirán la nueva cosecha al 50%. Pues bien, el constructor del tractor no podrá cobrar por el tractor hasta que su socio, el agricultor, obtenga la cosecha y le pague con la maduración de la inversión. Mientras tanto, el constructor tendrá que pedir dinero prestado (pagando un interés) o consumir sus propios ahorros (dejando de percibir un interés). Queda claro, pues, que el pago del interés es la inedulible consecuencia de la existencia de capital: si no se paga interés, el capital afluye a financiar proyectos que incrementarán la producción una vez maduren. Si el agricultor consumiera el dinero ajeno sin pagar interés, ese capital no podría utilizarse en incrementar la producción de otros bienes, y si consume sus propios ahorros no podrá dedicarlos a financiar la ampliación de otros.
En cualquier caso, comprobamos que la división del trabajo en nada altera la estructura unitaria del capital, como parece creer Guerrero. Por ello, precisamente, el capitalista anticipa sus fondos a los trabajadores para que, una vez madure la inversión, obtenga el correspondiente interés. Todos salen ganando: los trabajadores porque les pagan la piel del oso antes de cazarlo, y el capitalista porque adquiere la piel del oso.
44) “En cualquier caso, pues, vemos que el appreisement empresarial, al basarse en la correcta anticipación de la utilidad marginal de los consumidores, sigue controlando el proceso de mercado.”
O sea, que los capitalistas conocen la utilidad que experimentan los consumidores, saben a quién le gustan las cañas, a quién las cocacolas…, y cuánto más una cosa que otra… Delirios.
Es curioso como los marxistas niegan a los empresarios la capacidad para conocer las necesidades de los consumidores y, en cambio, consideran que la planificación estatal será tan racionalmente perfecta que no tendrá problemas para ello. Mire Sr. Guerrero, simplemente piense una cosa: cada vez que un consumidor compra un producto (un coche, una libreta, una barra de pan, un cepillo de dientes o un ordenador), alguien antes ha tenido que pensar que querría comprarlo para ponerse a producirlo y ofrecerlo a la venta. Y estamos hablando de una anterioridad de meses, incluso años. Por tanto, es falso que los empresarios no anticipen las necesidades de los consumidores; si no lo hicieran quebrarían (como sucede durante una crisis económica cuando el Banco Central los induce a malinvertir).
Esto no significa creer que los empresarios conocen las necesidades de los consumidores, entre otras cosas porque la utilidad no puede medirse. El appraisement es un proceso de anticipación, no de conocimiento. ¿Y qué se anticipa? La disposición del consumidor a pagar una cierta suma monetaria por un bien que yo puedo producir anticipando unas rentas X. No es necesario que el empresario conozca las valoraciones del resto de los bienes y las utilidad marginales que expresan los costes, le basta con la intuición de que podrá vender una cantidad Y a un precio Z, con lo cual podrá recuperar las rentas anticipadas a los factores productivos más un cierto interés.
Claro que los empresarios pueden fracasar, y muchas veces fracasan. Pero precisamente este fracaso no refuta sino que reafirma la soberanía del consumidor y la utilidad marginal decreciente. Cuando los empresarios anticipan mal, desaparecen. Es decir, no se efectúan transacciones donde el consumidor tenga que pagar más por un producto que su utilidad marginal, simplemente, cuando el coste del precio a pagar (esto es, el valor que atribuye a los fines que ya no podrá realizar con ese precio) supera al valor del fin que contribuye a conseguir ese bien, entonces no habrá transacción y el empresario se quedará sin vender, como ya hemos explicado antes.
45) “Es indistinto que compras se realizan por placer y cuáles por necesidad para sobrevivir. ¿Es que caso la supervivencia no es también útil para el ser humano? ¿Es qué la supervivencia no es, de hecho, el primer fin de todo ser humano no suicida?”
Vale. Supongamos que todo el mundo hace cosas útiles en el mercado, hasta los inútiles. Entonces cualquier comportamiento de los consumidores es compatible con los precios existentes, mientras no cambien las condiciones de trabajo. Por tanto no hay manera de comprobar científicamente la teoría que propone Rallo porque cualquier posibilidad real es compatible con la hipótesis. Todo ello es señal de que las experiencias valorativas subjetivas no inciden en los precios. Como mucho pueden pretender explicar, junto a la oferta, cuánto desean comprar los consumidores a los precios determinados por las cantidades de trabajo. Pero no dichos precios, que es de lo que se trata aquí.
El reduccionismo de Guerrero le lleva al error. Obviamente todo el mundo, ex ante, realiza acciones útiles y racionales, en caso contrario actuaría de forma distinta. Sin embargo, ello no significa que la acción humana esté exenta de error y que luego de haber actuado nos arrepintamos por haberlo hecho de esa manera. Por otro lado, que todas las acciones sean útiles ex ante para el actor no significa que todas sus acciones sean útiles para los consumidores ya que esto en última instancia depende de sus fines.
Partiendo de este error, la cadena "lógica" que sigue Guerrero se corta. Los precios existentes son derivados del comportamiento de los consumidores y, de hecho, a través de sus acciones, al comprar o no hacerlo, determinan la estructura de precios existente. Los inútiles fracasan, pues utilizan recursos que podrían haber sido utilizados para satisfacer necesidades más urgentes que las que lo están haciendo. Por tanto, no son las condiciones de trabajo las que determinan los precios, sino al revés: el valor y los precios determinan las condiciones de trabajo. En tanto unas condiciones de trabajo ofrezcan unos productos a un precio mayor que la utilidad marginal de los consumidores -o de una cantidad significativa de ellos- esas estructuras desaparecerán y el trabajo y el capital migrará hacia otras estructuras productivas modificando las condiciones de trabajo.
46) “incluso aunque los consumidores fueran autómatas de los capitalistas, el precio se determinaría por la utilidad marginal de los capitalistas”
Coño. Procedamos a rebautizar de nuevo la teoría. Propongo “Teoría del valor basada en la utilidad marginal del consumidor, el capitalista y las locomotoras” (por aquello de dejar de lado el carboximetilalmidón de sodio y el silicato alumínico magnésico).
Obviamente la utilidad de los capitalistas influye en la determinación de los precios a través de varias vías. Primero, los capitalistas también son consumidores. Segundo, también son trabajadores y, por tanto, la utilidad marginal influirá en su jerarquía de decisiones y en el modo y cantidad de su trabajo. Tercero, la utilidad determinará, así mismo, el montante de beneficios que ahorren reinvirtiéndolo, o que pasen a consumir. Cuarto y principal, son los que anticipan el dinero y, por tanto, conforman la estructura productiva y de capital de una sociedad, lo que se traduce en que son los responsables de todo el flujo de bienes y servicios que en este momento esta presente en el mercado (cuantía, calidad, composición...), lo cual obviamente influye en los precios.
Pero, de todas formas, mi comentario no iba en ese sentido. Aún cuando los consumidores fueran títeres en manos de los capitalistas, sería la utilidad marginal de los capitalistas la que determinaría cómo usar a los consumidores en la determinación del precio. Por tanto, incluso por esta vía, la utilidad marginal sigue siendo la determinante de los precios.
47) “La utilidad marginal, para desgracia de todos los marxistas, sigue siendo la principal explicación para la formación de los precios. No hay vuelta de hoja; sólo ciertos prejuicios arrogantes impiden reconocerlo.”
Punto final y conclusión/resumen por mi parte:
En esta versión de la utilidad marginal, se llama “utilidad marginal” (también podrían llamarlo deseo marginal, amor marginal o cualquier otra pijotada) del vendedor al precio de producción del capitalista (o sea, la suma del coste y la ganancia media), lo cual es precisamente lo que dice la teoría laboral. Y se llama utilidad marginal del consumidor a algo que puede variar entre ese nivel objetivo e infinito, ya que la valoración subjetiva no tiene límites. Como lo que cuenta es el último que compra (o sea, aquél para quien su supuesta “utilidad” coincide con el precio), a la postre afirman estos autores que el precio, formado según ellos por la utilidad de las dos partes del mercado, es el que ya decía que era la teoría laboral del valor. Para esta conclusión no hacía falta gastar tanta tinta.
Con matices, Guerrero tiene razón en que la utilidad marginal para el empresario vendrá determinada por la suma de sus costes más el tipo de interés. Podríamos citar dos excepciones a esta regla: la primera, cuando existen beneficios extraordinarios por haber entrado en un sector novedoso o por satisfacer las necesidades de los consumidores de un modo distinto a los anteriores y, por tanto, donde la inversión inicial es mucho más rentable que el tipo de interés; y segundo, todas las actividades de caridad privada, donde el interés no es monetario, sino psicológico y donde, precisamente, hay una reducción del valor monetario inicial de la inversión (en tanto se formula como una donación).
Sin embargo, yerra completamente y demuestra no haber entendido NADA cuando afirma que la utilidad marginal del consumidor se mueve entre "ese nivel objetivo" (esto es, el precio resultado de sumar los costes) e infinito. Olvidemos el matiz importante de que la utilidad es ordinal (y Guerrero, por deformación marxista, sigue tratándola cardinalmente) y centrémonos en el disparate que está sugiriendo el profesor universitario. ¿La utilidad marginal de los consumidores necesariamente tiene que estar por encima del precio final de los productos? Si eso fuera así, los consumidores SIEMPRE estarían dispuestos a adquirir los productos, de manera que no habría empresarios ineficientes. Lo único que haría rebajar el precio sería la competencia, y no la propia utilidad marginal del consumidor.
Con esta idea de la utilidad marginal no me extraña que Guerrero la tome como absurda. Pero absurda es su torcida idea, no la solidez teórica de la utilidad marginal. Precisamente porque la utilidad marginal puede ser inferior a la del precio de los empresarios, es porque estos pueden quedarse sin vender, sin capacidad para recuperar la inversión adelantada y, por ello, forzados a salir del mercado. Precisamente porque la utilidad marginal del consumidor depende de sus fines y NO de la estructura de precios existente en el mercado, esta estructura varía de acuerdo con las preferencias de los consumidores.
Guerrero sigue sin comprender la teoría de la utilidad marginal decreciente. Los precios son resultados de la acción humana, dirigida por las valoraciones humanas que no se encuentran atadas a ningún precio. De hecho, es lógicamente incoherente: si el valor va antes que el precio, ¿cómo puede el precio sentar la base mínima del valor?
Por tanto, lo importante no es, como dice ingenuamente Guerrero, que el precio coincida con "el último que compra", ya que sólo con que se adquiera una unidad, el precio necesariamente coincidirá con el último que compra; sino que el precio no refrene a demasiados consumidores de adquirir el producto ya que, en ese caso, no se podrán financiar los costes en los que se ha incurrido para producirlo. Si el precio supera la utilidad marginal de demasiados consumidores, estos no adquirirán el producto y los ingresos serán incapaces de hacer frente a los costes.
Por ello, en el capitalismo se puede producir siempre que los ingresos superen a los costes, esto es, siempre que estos satisfaciendo más fines -o fines más importantes- (ingresos) que fines estamos dejando escapar (costes). Pero ello sólo puede determinarse a través de la utilidad marginal decreciente que sigue siendo la base de la teoría científica del valor. Y esto no tiene nada que ver con una teoría laboral del valor que afirma que el valor de los consumidores depende de la cantidad de trabajo incorporada en los productos.
A lo largo de estos cinco posts hemos mostrado las deficiencias de Diego Guerrero en relación con la teoría del valor. No conviene olvidar que la teoría del valor no es un asunto baladí dentro de la ciencia económica, sino que constituye su mismo corazón. El marxismo tiene un corazón económico podrido porque su teoría del valor no se sostiene por ningún lado. Los marxistas son incapaces de entender las complejas interrelaciones del sistema económico movidas, precisamente, por el valor y la utilidad. Y es que como dice otro destacado marxista: la ley del valor es una ley humanista, una ley que hace del hombre y de su trabajo el centro de la economía, la sustancia social que le da unidad a todo ese mundo. Con centros tan disparatados uno difícilmente puede sorprenderse del desarrollo de la teoría económica marxista. Una catástrofe.
A su vez, Diego Guerrero se defendió tarde y mal en dos comentarios poco rigurosos (I, II). Textos a los que, de la misma manera, he dado respuesta en una serie de cinco posts que hoy termina (I, II, III y IV). De las 47 breves objeciones que planteó Guerrero, sólo quedan ocho en pie. Pasemos, pues, a derrumbarlas. Como en los anteriores, mi comentario original en azul y la réplica de Guerrero en cursiva.
40) “la observación de que el precio suele coincidir con la suma de los costes tiene una explicación muy sencilla. Ya hemos visto cómo se fija el precio de los factores productivos. Imaginemos que, por distintos motivos (por ejemplo, una mejora tecnológica) el precio final de un producto es muy superior a la suma de sus costes. Si ello es así, aparecerán beneficios extraordinarios. En otras palabras, o bien el propio empresario o bien otros empresarios, tendrán incentivos para ampliar la producción de esos productos, rebajar el precio y disminuir los beneficios extraordinarios. Al final, pues, cuando el valor del producto final supera a la utilidad de los factores productivos, o bien parte de esos factores productivos se retiran a otras líneas productivas (con lo cual se incrementa la productividad de los restantes) o bien se incrementa el número de productos finales (con lo cual el precio del bien se reduce).”
Sustituyendo su expresión “supera a la utilidad de los factores productivos” por la correcta “supera el valor de los factores productivos”, casi llega a explicar la cosa. Precisamente Marx explicó que el capital invertido en los medios de producción es constante, porque ese valor reaparece en el output sin crecer; pero el valor invertido en salarios en variable, porque el valor que crea el trabajo directo es superior al valor que cuesta reproducir a los portadores de esa capacidad de trabajo directo. Cuando los utilitaristas terminan hablando de los costes y la oferta, se vuelven más realistas y no tienen más remedio que reconocer a su pesar la teoría laboral. Lo que ocurre es que se empeñan en seguir usando su especial terminología.
Guerrero sigue, una vez más, sin entender la interrelación de todo el sistema productivo. Ya hemos explicado con bastante profusión por qué los costes no son más que precios y éstos a su vez relaciones históricas de intercambio formadas en virtud de la utilidad de las partes contratantes. En ese párrafo no afirmo otra cosa que los factores productivos se ubican en las líneas productivas más valoradas o, en otras palabras, se ubican allí donde son más valorados. La forma originaria de este fenómeno es el valor y la utilidad, no obstante, cuando el empresario y los factores productivos, actuando conforme a sus valoraciones, efectúan las correspondientes transacciones en el mercado (en la forma que hemos explicado en los anteriores posts), aparecen los precios de mercado que, lógicamente, siguen la misma lógica que las valoraciones de los individuos. Allí donde los costes monetarios superan el precio, el negocio desaparece; allí donde el precio supera en mucho los costes monetarios, afluyen los factores productivos, incrementando la producción, reduciendo el precio y aumentando el valor de los factores productivos (y, por tanto, el coste). No tiene nada de particular y produce sonrojo ajeno que Guerrero sea incapaz de aprehenderlo.
Por otro lado, las palabras de Guerrero sobre la constancia del capital sólo demuestran, por enésima vez, su escaso nivel como economista. Precisamente, si de alguna manera no podemos caracterizar al capital es por su constancia. A diferencia de los factores de producción originarios (la tierra y el trabajo), el capital se define por su no permanencia, esto es, por su continua depreciación. La estructura de capital de la sociedad va modificándose continuamente dependiendo del grado de ahorro, esto es, de la preferencia temporal y de los valores concretos de cada tipo de bienes. Como también explicamos en el post anterior, si en un negocio los beneficios contables se incrementan por encima del interés, el capital comenzará a afluir allí donde la rentabilidad es mayor, reduciéndola como consecuencia. Todo esto supone detraer capital de un sitio y colocarlo en otro, es decir, amortizar una inversión y, a continuación, emprender otra más rentable.
El problema es que la amortización no siempre es rápida. Lo es en las inversiones a corto plazo, pero no en las de largo. ¿Qué significa una inversión a largo plazo? Que yo invierto HOY mis ahorros en un proceso productivo que madurará al cabo de mucho tiempo, o, en otras palabras, que yo adelanto mis ahorros para financiar un proyecto que hasta que no madura no es rentable (pensemos que mientras una empresa construye edificios, compra máquinas, contrata trabajadores... no está produciendo, sino que lo hará cuando esos nuevos factores productivos se pongan en marcha). En otras palabras, mi capital se hallará inmovilizado durante mucho tiempo hasta que pueda recuperarlo junto con el correspondiente interés. Por eso, la plusvalía no es, en absoluto, como dice Guerrero, un valor creado por el trabajo, sino un excedente que pertenece al capital en concepto de interés por el adelanto de fondos y recursos que ha realizado al empresario.
Diego Guerrero, por supuesto, es incapaz de comprender esto, dado que su esquema mental le obliga a pensar que el trabajo es el fruto del valor. No sé da cuenta de que el valor es una circunstancia subjetiva que en absoluto tiene que ver con las condiciones técnicas. Ni el capital es constante ni, por tanto, las condiciones técnicas lo son. Es más, el trabajo necesita de recursos exteriores (ahorro) para conseguir fines lejanos en el tiempo. Pensemos en los obreros que sacan carbón de las minas para venderlo a la industria metalúrgica, ¿cuándo queda en realidad liberado el capital invertido en las minas? No cuando una empresa compra el carbón, sino cuando los productos que produce con las unidades de carbón que ha adquirido, son comprados por los consumidores. Por tanto, difícilmente puede el trabajo ir más allá de la producción inmediata (hand-to-mouth) sin un capital circulante que lo financie.
Y, por último, no deja de ser gracioso que Diego Guerrero siga creyendo que el valor de la mercancía "trabajo" se regule también según el tiempo necesario para su producción (o re-producción). Aquí hay un pequeño problema de circularidad: se afirma que el valor del trabajo se fija en función del valor de las mercancías que sirven para sustentar o reproducir ese trabajo, sin embargo, ¿no habíamos dicho que el valor de todas las mercancías se fijaba en función del del trabajo? ¿Cómo puede ser que las mercancías que sirvan para reproducir al factor trabajo establezcan su valor si esas mercancías son valoradas en función de ese trabajo que aun no tiene valor?
41) “Como ya hemos explicado, son los empresarios quienes crean los precios de los bienes de consumo y las rentas de los factores productivos”
Entonces, ¿por qué seguir llamando a vuestra teoría Teoría de la utilidad marginal del consumidor y no Teoría de la utilidad marginal del capitalista?
Simplemente porque el capitalismo se basa en las relaciones contractuales libres y el hecho de que un empresario fije un precio, no significa que el consumidor vaya a estar dispuesto a pagar ese precio. Con lo cual, si el capitalista fija un precio por encima de la utilidad marginal del consumidor, en caso de que quiera recuperar la inversión en capital que ha realizado para producir los bienes que ofrece a la venta, tendrá que rebajar su precio. En caso contrario, como ya hemos dicho antes, quebrará. Sus costes superarán sus ingresos y saldrá del mercado. Por eso el consumidor sigue siendo soberano, porque el capitalista inmoviliza su capital y sólo es capaz de liberarlo a través del intercambio de sus productos por dinero, esto es, a través del intercambio de bienes poco líquidos (bienes producidos) por bienes muy líquidos (dinero). Si el tenedor de esa liquidez no está dispuesto a intercambiarla por el producto ofrecido por el empresario (al precio fijado por él), entonces no habrá intercambio y la inversión del capitalista quedará totalmente inmovilizada e iliquida, con un stock de bienes cuyo único valor lo poseen ante la expectativa de ser realizadas (esto es, vendidas a cambio de dinero) en el mercado. En otras palabras, si no rebaja el precio para conseguir vender sus mercancías, toda su inversión, incluyendo sus productos, carecerán por completo de valor (al menos hasta que decida rebajar el precio). Ese es el poder del maléfico capitalista sobre el consumidor. Ya lo vemos.
42) “debo coincidir con Guerrero que la economía neoclásica descansa en mediciones corruptas que le impiden contemplar que la parte más importante del capitalismo no es el "consumo" sino toda la estructura de bienes de capital que tiene que ser continuamente amortizada y rediseñada a través del cálculo y la función empresarial.”
Coño. Creía que era imposible que coincidiéramos en algo. Algo debe de estar mal.
No se me caen los anillos por decir cuándo Guerrero acierta. Lástima que sólo haya podido decirlo una vez.
43) “Pensémoslo un momento. El aluminio se extrae de la mina para, en última instancia, venderse en forma de automóvil. En teoría, hasta que no se vendiera el automóvil, los mineros no deberían poder cobrar, ya que el automóvil todavía no se ha "realizado" (vendido). Los distintos salarios que perciben antes de que su trabajo sea "útil" para el consumidor suponen un "adelanto" del empresario, un préstamo de dinero”
Pero si el coche lo compra una autoescuela donde estudia un fontanero que necesita sacarse el carnet para poder trabajar en una empresa de fontanería, los mineros no deberían cobrar hasta que el fontanero se apruebe el examen, o incluso hasta que la caldera que repare el fontanero funcione correctamente, o incluso, en caso de que la reparación vaya destinada a un hotel, no deberían cobrar hasta que el cliente del hotel, que podría ser Rallo, tome un baño calentito suficientemente a gusto. ¡Todo sea por la integración vertical! Y qué buenos son los capitalistas, por cierto, que adelantan dinero gratis a los trabajadores.
Uno de los párrafos más lamentables de Guerrero desde el punto de vista de la comprensión de la ciencia económica. Primero, yo no he hablado de cuando debería cobrar el trabajador, sino de cuando puede cobrar. El hecho de que exista división del trabajo no significa que las relaciones productivas más primarias queden alteradas. Si un individuo quiere construir el solo un coche y, para ello, empieza extrayendo los materiales pertinentes de las minas, ¿cuándo obtendrá su remuneración? Cuando haya terminado el coche, lo cual puede suponer un período de varios años. En otras palabras, desde un punto de vista estrictamente económico, la inversión en minería (salvo la destinada para vender carbón al consumidor) no madura hasta que los productos que ayuda a fabricar lleguen hasta los consumidores finales. Y dado que sólo cuando los consumidores finales paguen, puede considerarse que todo el trabajo precedente ha tenido utilidad, sólo en ese momento los trabajadores podrían cobrar por su trabajo. Por supuesto, esto no sucede porque el capitalista anticipa los fondos a los trabajadores. Segundo, este anticipo no es gratuito, porque precisamente se cobra el interés o, lo que los marxistas llaman, la plusvalía: el capitalista ofrece bienes presentes a los trabajadores (los salarios que paga el capitalista son bienes que él no podrá adquirir hasta que venda las mercancías que han producido los trabajadores) a cambio de bienes futuros (cuando los productos terminen de producirse y se vendan a cambio de dinero). Tercero, todo esto no tiene nada que ver con la integración vertical, simplemente recuerda que la estructura de capital, pese a la división del trabajo, sigue siendo unitaria, pues el destino final de todo capital es amortizarse, esto es, desinmovilizarse a través de la creación de un valor superior al inicialmente invertido (y ello con independencia de cuantas empresas haya entre la inversión originaria y el consumidor).
Para verlo claramente con un ejemplo. Si yo cultivo un cereal empezando con la siembra, pasarán varios meses hasta que pueda recoger ese cereal. Durante todos esos meses tendré que comer algo, y ese algo será el capital (ahorro). Hasta que no coseche, toda la inversión en capital circulante (esto es, los bienes con los que me he alimentado mientras el cereal estaba creciendo) no ha producido fruto alguno, sólo he consumido capital ante la expectativa de que ello redunde en una mayor producción futura (en lugar de dedicarme a recoger frutas de los bosques, hand-to-mouth, cultivo los cereales que me proporcionarán un mayor cantidad de bienes en el futuro a cambio de haber estado durante un período de tiempo sin producir nada directamente).
Pero demos un paso más allá. Imaginemos que el agricultor se asocia con otro individuo de la siguiente manera: el nuevo socio producirá un tractor partiendo de cero, lo cual incrementará muchísimo la productividad del agricultor, de manera que al final se repartirán la nueva cosecha al 50%. Pues bien, el constructor del tractor no podrá cobrar por el tractor hasta que su socio, el agricultor, obtenga la cosecha y le pague con la maduración de la inversión. Mientras tanto, el constructor tendrá que pedir dinero prestado (pagando un interés) o consumir sus propios ahorros (dejando de percibir un interés). Queda claro, pues, que el pago del interés es la inedulible consecuencia de la existencia de capital: si no se paga interés, el capital afluye a financiar proyectos que incrementarán la producción una vez maduren. Si el agricultor consumiera el dinero ajeno sin pagar interés, ese capital no podría utilizarse en incrementar la producción de otros bienes, y si consume sus propios ahorros no podrá dedicarlos a financiar la ampliación de otros.
En cualquier caso, comprobamos que la división del trabajo en nada altera la estructura unitaria del capital, como parece creer Guerrero. Por ello, precisamente, el capitalista anticipa sus fondos a los trabajadores para que, una vez madure la inversión, obtenga el correspondiente interés. Todos salen ganando: los trabajadores porque les pagan la piel del oso antes de cazarlo, y el capitalista porque adquiere la piel del oso.
44) “En cualquier caso, pues, vemos que el appreisement empresarial, al basarse en la correcta anticipación de la utilidad marginal de los consumidores, sigue controlando el proceso de mercado.”
O sea, que los capitalistas conocen la utilidad que experimentan los consumidores, saben a quién le gustan las cañas, a quién las cocacolas…, y cuánto más una cosa que otra… Delirios.
Es curioso como los marxistas niegan a los empresarios la capacidad para conocer las necesidades de los consumidores y, en cambio, consideran que la planificación estatal será tan racionalmente perfecta que no tendrá problemas para ello. Mire Sr. Guerrero, simplemente piense una cosa: cada vez que un consumidor compra un producto (un coche, una libreta, una barra de pan, un cepillo de dientes o un ordenador), alguien antes ha tenido que pensar que querría comprarlo para ponerse a producirlo y ofrecerlo a la venta. Y estamos hablando de una anterioridad de meses, incluso años. Por tanto, es falso que los empresarios no anticipen las necesidades de los consumidores; si no lo hicieran quebrarían (como sucede durante una crisis económica cuando el Banco Central los induce a malinvertir).
Esto no significa creer que los empresarios conocen las necesidades de los consumidores, entre otras cosas porque la utilidad no puede medirse. El appraisement es un proceso de anticipación, no de conocimiento. ¿Y qué se anticipa? La disposición del consumidor a pagar una cierta suma monetaria por un bien que yo puedo producir anticipando unas rentas X. No es necesario que el empresario conozca las valoraciones del resto de los bienes y las utilidad marginales que expresan los costes, le basta con la intuición de que podrá vender una cantidad Y a un precio Z, con lo cual podrá recuperar las rentas anticipadas a los factores productivos más un cierto interés.
Claro que los empresarios pueden fracasar, y muchas veces fracasan. Pero precisamente este fracaso no refuta sino que reafirma la soberanía del consumidor y la utilidad marginal decreciente. Cuando los empresarios anticipan mal, desaparecen. Es decir, no se efectúan transacciones donde el consumidor tenga que pagar más por un producto que su utilidad marginal, simplemente, cuando el coste del precio a pagar (esto es, el valor que atribuye a los fines que ya no podrá realizar con ese precio) supera al valor del fin que contribuye a conseguir ese bien, entonces no habrá transacción y el empresario se quedará sin vender, como ya hemos explicado antes.
45) “Es indistinto que compras se realizan por placer y cuáles por necesidad para sobrevivir. ¿Es que caso la supervivencia no es también útil para el ser humano? ¿Es qué la supervivencia no es, de hecho, el primer fin de todo ser humano no suicida?”
Vale. Supongamos que todo el mundo hace cosas útiles en el mercado, hasta los inútiles. Entonces cualquier comportamiento de los consumidores es compatible con los precios existentes, mientras no cambien las condiciones de trabajo. Por tanto no hay manera de comprobar científicamente la teoría que propone Rallo porque cualquier posibilidad real es compatible con la hipótesis. Todo ello es señal de que las experiencias valorativas subjetivas no inciden en los precios. Como mucho pueden pretender explicar, junto a la oferta, cuánto desean comprar los consumidores a los precios determinados por las cantidades de trabajo. Pero no dichos precios, que es de lo que se trata aquí.
El reduccionismo de Guerrero le lleva al error. Obviamente todo el mundo, ex ante, realiza acciones útiles y racionales, en caso contrario actuaría de forma distinta. Sin embargo, ello no significa que la acción humana esté exenta de error y que luego de haber actuado nos arrepintamos por haberlo hecho de esa manera. Por otro lado, que todas las acciones sean útiles ex ante para el actor no significa que todas sus acciones sean útiles para los consumidores ya que esto en última instancia depende de sus fines.
Partiendo de este error, la cadena "lógica" que sigue Guerrero se corta. Los precios existentes son derivados del comportamiento de los consumidores y, de hecho, a través de sus acciones, al comprar o no hacerlo, determinan la estructura de precios existente. Los inútiles fracasan, pues utilizan recursos que podrían haber sido utilizados para satisfacer necesidades más urgentes que las que lo están haciendo. Por tanto, no son las condiciones de trabajo las que determinan los precios, sino al revés: el valor y los precios determinan las condiciones de trabajo. En tanto unas condiciones de trabajo ofrezcan unos productos a un precio mayor que la utilidad marginal de los consumidores -o de una cantidad significativa de ellos- esas estructuras desaparecerán y el trabajo y el capital migrará hacia otras estructuras productivas modificando las condiciones de trabajo.
46) “incluso aunque los consumidores fueran autómatas de los capitalistas, el precio se determinaría por la utilidad marginal de los capitalistas”
Coño. Procedamos a rebautizar de nuevo la teoría. Propongo “Teoría del valor basada en la utilidad marginal del consumidor, el capitalista y las locomotoras” (por aquello de dejar de lado el carboximetilalmidón de sodio y el silicato alumínico magnésico).
Obviamente la utilidad de los capitalistas influye en la determinación de los precios a través de varias vías. Primero, los capitalistas también son consumidores. Segundo, también son trabajadores y, por tanto, la utilidad marginal influirá en su jerarquía de decisiones y en el modo y cantidad de su trabajo. Tercero, la utilidad determinará, así mismo, el montante de beneficios que ahorren reinvirtiéndolo, o que pasen a consumir. Cuarto y principal, son los que anticipan el dinero y, por tanto, conforman la estructura productiva y de capital de una sociedad, lo que se traduce en que son los responsables de todo el flujo de bienes y servicios que en este momento esta presente en el mercado (cuantía, calidad, composición...), lo cual obviamente influye en los precios.
Pero, de todas formas, mi comentario no iba en ese sentido. Aún cuando los consumidores fueran títeres en manos de los capitalistas, sería la utilidad marginal de los capitalistas la que determinaría cómo usar a los consumidores en la determinación del precio. Por tanto, incluso por esta vía, la utilidad marginal sigue siendo la determinante de los precios.
47) “La utilidad marginal, para desgracia de todos los marxistas, sigue siendo la principal explicación para la formación de los precios. No hay vuelta de hoja; sólo ciertos prejuicios arrogantes impiden reconocerlo.”
Punto final y conclusión/resumen por mi parte:
En esta versión de la utilidad marginal, se llama “utilidad marginal” (también podrían llamarlo deseo marginal, amor marginal o cualquier otra pijotada) del vendedor al precio de producción del capitalista (o sea, la suma del coste y la ganancia media), lo cual es precisamente lo que dice la teoría laboral. Y se llama utilidad marginal del consumidor a algo que puede variar entre ese nivel objetivo e infinito, ya que la valoración subjetiva no tiene límites. Como lo que cuenta es el último que compra (o sea, aquél para quien su supuesta “utilidad” coincide con el precio), a la postre afirman estos autores que el precio, formado según ellos por la utilidad de las dos partes del mercado, es el que ya decía que era la teoría laboral del valor. Para esta conclusión no hacía falta gastar tanta tinta.
Con matices, Guerrero tiene razón en que la utilidad marginal para el empresario vendrá determinada por la suma de sus costes más el tipo de interés. Podríamos citar dos excepciones a esta regla: la primera, cuando existen beneficios extraordinarios por haber entrado en un sector novedoso o por satisfacer las necesidades de los consumidores de un modo distinto a los anteriores y, por tanto, donde la inversión inicial es mucho más rentable que el tipo de interés; y segundo, todas las actividades de caridad privada, donde el interés no es monetario, sino psicológico y donde, precisamente, hay una reducción del valor monetario inicial de la inversión (en tanto se formula como una donación).
Sin embargo, yerra completamente y demuestra no haber entendido NADA cuando afirma que la utilidad marginal del consumidor se mueve entre "ese nivel objetivo" (esto es, el precio resultado de sumar los costes) e infinito. Olvidemos el matiz importante de que la utilidad es ordinal (y Guerrero, por deformación marxista, sigue tratándola cardinalmente) y centrémonos en el disparate que está sugiriendo el profesor universitario. ¿La utilidad marginal de los consumidores necesariamente tiene que estar por encima del precio final de los productos? Si eso fuera así, los consumidores SIEMPRE estarían dispuestos a adquirir los productos, de manera que no habría empresarios ineficientes. Lo único que haría rebajar el precio sería la competencia, y no la propia utilidad marginal del consumidor.
Con esta idea de la utilidad marginal no me extraña que Guerrero la tome como absurda. Pero absurda es su torcida idea, no la solidez teórica de la utilidad marginal. Precisamente porque la utilidad marginal puede ser inferior a la del precio de los empresarios, es porque estos pueden quedarse sin vender, sin capacidad para recuperar la inversión adelantada y, por ello, forzados a salir del mercado. Precisamente porque la utilidad marginal del consumidor depende de sus fines y NO de la estructura de precios existente en el mercado, esta estructura varía de acuerdo con las preferencias de los consumidores.
Guerrero sigue sin comprender la teoría de la utilidad marginal decreciente. Los precios son resultados de la acción humana, dirigida por las valoraciones humanas que no se encuentran atadas a ningún precio. De hecho, es lógicamente incoherente: si el valor va antes que el precio, ¿cómo puede el precio sentar la base mínima del valor?
Por tanto, lo importante no es, como dice ingenuamente Guerrero, que el precio coincida con "el último que compra", ya que sólo con que se adquiera una unidad, el precio necesariamente coincidirá con el último que compra; sino que el precio no refrene a demasiados consumidores de adquirir el producto ya que, en ese caso, no se podrán financiar los costes en los que se ha incurrido para producirlo. Si el precio supera la utilidad marginal de demasiados consumidores, estos no adquirirán el producto y los ingresos serán incapaces de hacer frente a los costes.
Por ello, en el capitalismo se puede producir siempre que los ingresos superen a los costes, esto es, siempre que estos satisfaciendo más fines -o fines más importantes- (ingresos) que fines estamos dejando escapar (costes). Pero ello sólo puede determinarse a través de la utilidad marginal decreciente que sigue siendo la base de la teoría científica del valor. Y esto no tiene nada que ver con una teoría laboral del valor que afirma que el valor de los consumidores depende de la cantidad de trabajo incorporada en los productos.
A lo largo de estos cinco posts hemos mostrado las deficiencias de Diego Guerrero en relación con la teoría del valor. No conviene olvidar que la teoría del valor no es un asunto baladí dentro de la ciencia económica, sino que constituye su mismo corazón. El marxismo tiene un corazón económico podrido porque su teoría del valor no se sostiene por ningún lado. Los marxistas son incapaces de entender las complejas interrelaciones del sistema económico movidas, precisamente, por el valor y la utilidad. Y es que como dice otro destacado marxista: la ley del valor es una ley humanista, una ley que hace del hombre y de su trabajo el centro de la economía, la sustancia social que le da unidad a todo ese mundo. Con centros tan disparatados uno difícilmente puede sorprenderse del desarrollo de la teoría económica marxista. Una catástrofe.